
Mañana, cuando la noche aún no haya entregado su sombra y el silencio se rompa con vítores y lágrimas, sucederá el milagro: el salto de la reja de la Virgen del Rocío. No es solo un gesto; es la metáfora perfecta del alma andaluza que se desborda de emoción y fe. Un momento que no se explica, se siente.
Cada año, miles de romeros llegan al Rocío con el corazón encendido. Pero es en la madrugada del lunes cuando todo cobra sentido. Los almonteños, herederos de una tradición centenaria, cruzan la reja como quien cruza al otro lado de lo sagrado. No hay ensayo, ni normas escritas. Solo devoción, pueblo y Virgen.
Este instante no se mide en minutos, sino en lágrimas, gritos de “¡Viva la Blanca Paloma!” y en la piel erizada de quienes lo contemplan. Es el Rocío en su máxima expresión: una manifestación viva de la fe popular que desborda a la liturgia y abraza lo humano, lo festivo y lo divino.
El salto de la reja es también una lección: en un mundo donde todo se mide y se racionaliza, El Rocío nos recuerda que hay cosas que solo se entienden desde el corazón.
Mañana, cuando Almonte salte, no será solo un pueblo. Seremos todos, saltando con ellos.
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